lunes, 30 de noviembre de 2009

FELIZ CUMPLE FLOR!


HOY 30 DE NOVIEMBRE QUEREMOS SALUDAR A FLOR VERA EN EL DÍA DE SU CUMPLEAÑOS!

BRINDAMOS CONTIGO POR TUS 22 AÑITOS QUERIDA TAROTISTA Y MENADE!


BESO GRANDE!!!

martes, 24 de noviembre de 2009

TEATRO: "ZAIDE, la dama del camello" NUEVA PRODUCCIÓN DEL LABORATORIO CULTURAL


CC SABATO - URIBURU 763 – SUBSUELO

SÁBADOS 20:30hs

NOVIEMBRE 14-21-28
DICIEMBRE 5 Y12.

¡OBRA DE LA GORRA CON ENTRADA A LA GORRA!

"ZAIDE: la dama del camello"

(Vaudeville en un acto de Leonardo Bugliani)

Zaide, nacida en Alejandría, y prometida del Sultán Majed, se dispone a partir al sultanato de este, sin saber que recientemente ha fallecido. Educada para ser cortesana y reina, tendrá que encontrar un lugar en la nueva corte de la sultana Pamina (sucesora de Majed), que atraviesa serias dificultades para encausar su reino.

A poco de llegar, percibe el clima de intrigas e inestabilidad que domina el sultanato, situación que se exacerba por la llegada de Mohanna, sobrino de Majed, quien presumiblemente tiene intenciones de reclamar el sultanato que gobernó su tío.

El encuentro de Zaide y Mohanna altera por completo la situación. ¿Podrá triunfar el amor sobre la ambición? ¿Se puede morir de amor?


miércoles, 18 de noviembre de 2009

FELIZ CUMPLE!

HOY 18 DE NOVIEMBRE QUEREMOS SALUDAR A LEONARDO BUGLIANI EN EL DÍA DE SU CUMPLEAÑOS!


Compartimos contigo nuestro brindis Ritual:

1° por Zeus olimpico, padre de los dioses
2° por Apolo y Dionisios
3° por Hermes, y Prometeo el hombre que robo el fuego de los dioses y se lo obsequio a los hombres
4° por Leonardo en el día de su natalicio

viernes, 13 de noviembre de 2009

ESTRENO: "ZAIDE, la dama del camello" EN LA NOCHE DE LOS MUSEOS


NUEVA PRODUCCIÓN DEL LABORATORIO CULTURAL

***EN LA NOCHE DE LOS MUSEOS***

http://www.lanochedelosmuseos.com.ar/

SÁBADO 14 DE NOVIEMBRE 20:30HS

CC SABATO - URIBURU 763 – SUBSUELO

ENTRADA: A LA GORRA!

"ZAIDE: la dama del camello"

(Vaudeville en un acto de Leonardo Bugliani)

Zaide, nacida en Alejandría, y prometida del Sultán Majed, se dispone a partir al sultanato de este, sin saber que recientemente ha fallecido. Educada para ser cortesana y reina, tendrá que encontrar un lugar en la nueva corte de la sultana Pamina (sucesora de Majed), que atraviesa serias dificultades para encausar su reino.

A poco de llegar, percibe el clima de intrigas e inestabilidad que domina el sultanato, situación que se exacerba por la llegada de Mohanna, sobrino de Majed, quien presumiblemente tiene intenciones de reclamar el sultanato que gobernó su tío.

El encuentro de Zaide y Mohanna altera por completo la situación. ¿Podrá triunfar el amor sobre la ambición? ¿Se puede morir de amor?

Personajes

ZAIDE, la dama del camello: Maria Manuela GONZALEZ

TAROTISTA: Florencia VERA

PAMINA, sultana del reino: Emilia GALLEGOS

MOHANA, sobrino de Majad: Leonardo PARAFATI

SEBASTIANUS, quiliarca de Palestina: Sebastián KONIKOFF

CORIFEO: Augusto BARRIONUEVO

CORTESANA: Natalia BEISA

Bailarinas de Danza Árabe: Alejandra SCARIONE, Florencia VENIER, Daniela BARRIOS, PAULA.

LIBRETO y DIRECCION: Leonardo BUGLIANI

Consultas

Labcult@econ.uba.ar
apolo.dionisios@gmail.com

GRACIAS POR DIFUNDIR



jueves, 12 de noviembre de 2009

ENTREVISTA DE RADIO ARINFO

ESTIMADOS VISITANTES:


Adjuntamos el LINK de arinfo http://www.arinfo.com.ar/ para que puedan entrar y escuchar la entrevista a LEONARDO BUGLIANI.



SABIDURIA, FUERZA Y BELLEZA.
"Siempre alentar la llama"

martes, 3 de noviembre de 2009

AXIOMAS... del 1 al 5

Espacio Cultural SABATO – Uriburu 763 - Subsuelo

2DO ENCUENTRO SIN TIEMPO... Miercoles 4 de Noviembre 21hs


EL PODER, LO SOCIAL Y LAS FORMAS DE GOBIERNO.

¿Y si la democracia no fuera lo que te enseñaron o creés?

En una época de engaño universal, decir la verdad es revolucionario

(George Orwell, 1984)

(Adelanto: 5 de los 50 axiomas presentados en el Ensayo "Nuevas Fronteras de la Política en el siglo 21")

AXIOMAS PARA LA NUEVA POLÍTICA

“El precio de la libertad es la eterna vigilancia”.

(Thomas Jefferson)

1

La democracia no es una forma de gobierno, sino un conjunto de creencias; una verdadera religión creada por el idealismo de la Ilustración. Ni siquiera en Grecia la democracia era una estructura de gobierno; de hecho, gobernó en Atenas poco más de cincuenta años. En todo caso fue un instrumento más para una concepción nueva de poder que incluía una dimensión revolucionaria del hombre. La concepción moderna de “ciudadano” se inspira en el modelo griego.

Tal vez la democracia fue un estilo de vida -como predican los textos cívicos-, si nos remontamos exclusivamente a la Acrópolis ateniense. La democracia representativa es un esperpento, un verdadero engendro mutante de la “modernidad”, que terminó por formar un cóctel explosivo entre el pensamiento griego y el modelo de estado romano, que era casi antagónico.

La democracia como concepto es tan abarcativa, amplia, casi “religiosa”, que se amoldan a ella los regímenes más contrapuestos. Dicho fenómeno es posible por su naturaleza heterodoxa; por lo que puede ser compatible tanto con una “monarquía constitucional” regida a través de un parlamento como ocurre en Inglaterra, o un modelo republicano institucional con sesgo presidencialista según la versión estadounidense y de buena parte de América, o modelos completamente parlamentaristas a la manera de Europa continental. Cualquier cosa puede llegar a ser “democrática”.

Y no resulta un dato menor el hecho repetido de las mascaradas de regímenes netamente autoritarios que intentaron generar la “apariencia democrática”. No es difícil, y en muchos casos lo han logrado en forma consistente, al menos por un tiempo.

La entronización del concepto de democracia como baluarte de la libertad individual hace que la comunión con estos caros ideales nos conviertan en demócratas, como si ambos aspectos fueran indisolubles o que uno implicara al otro. La defensa de la libertad individual, de expresión, de los derechos humanos y sociales, es en realidad independiente del concepto de democracia. El hecho de que la democracia se asocie a ellos no significa que su preservación dependa de una “forma” o concepción determinada.

Incluso la idea de ciudadano libre, la importancia de la libertad y el derecho del hombre libre en Grecia, convertía a sus máximas autoridades –incluso a sus reyes- en “primus inter pares” (primero entre iguales). Este ideal de hombre, ese modelo que revindica la individualidad, nació en Grecia mucho antes que la democracia. La democracia, a lo sumo, demostró ser más flexible o proclive a los ideales de libertad individual, pero ambos conceptos no nacieron a la vez.

Por ello, postular que la crítica de la democracia es un ataque a las libertades individuales o un ensayo autoritario, es cursilería, un chantaje de una casta dirigente indecente y cínica. Pretender que la democracia es el sostén de las libertades o su garantía, identificando ambos conceptos, nos ha hecho adoptar al régimen democrático como una auténtica “verdad revelada” sin detenernos a sopesar sus defectos, en donde el concepto de “representación” o “representatividad” resulta su aspecto más grosero.

Y en este verdadero acto de Fe en pos de nuestros ideales libertarios, hemos abrazado con fervor a la democracia como la máxima expresión de gobierno, sin entender por completo su origen o marco histórico. Asociamos la experiencia ateniense de la ciudad-estado a la incongruencia de los estados modernos. Y ese es el origen de la pesadilla institucional que se vive. No admitir que el “modelo democrático” puro sólo era practicable en el Ágora ateniense con un número muy limitado de personas (las poblaciones habituales de las polis griegas), es parte de la miopía que caracteriza a la “institucionalidad” reinante. El escenario helénico, su filosofía, visión de la existencia, la complejísima paidea, nos ubican a años luz de su experiencia, del germen de la democracia real.

Esa miopía nos hizo aceptar y defender con fervor la idea de democracia en donde el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes. Conceptos como éste, tan habituales en las constituciones “democráticas” del mundo, son la expresión más antidemocrática, verdadero contrasentido que hubiera horrorizado a Pericles o cualquier demócrata ateniense. Nuestra experiencia -si tenemos el valor suficiente para reconocerlo-, nos indica que la realidad de la democracia representativa se limita a un fragmento de esa sugestiva frase “constitucional”: el pueblo no gobierna...

2

Bien común: hay que comenzar a deshollinar conceptos, triturarlos, desterrarlos. Hay eufemismos demasiado blasfemos para digerir. Ningún bien puede ser común. Este es un presupuesto básico, algo demasiado sencillo para el intelecto medio.

Todo no puede ser para todos, porque por regla general lo que es para todos nadie lo quiere o desea. El bien, si fuera común, perdería valor, se desjerarquizaría.

Debemos confeccionar una larga lista de supuestos democráticos que son una sátira a la razón y a la inteligencia, verdaderos espejismos que no han hecho otra cosa que acentuar la sensación de estafa que embarga a los ciudadanos a la hora de considerar la política. Pues nada puede ser “sagrado” o inmodificable en el estadio actual que ha alcanzado la humanidad. La religión democrática pretendió convencernos de ideales irrealizables que fueron el cáncer de muchas utopías.

Es hora de redefinir las bases mismas del ideario democrático. Es el momento de sostener sin reparos que el sistema menos malo no puede regir el destino del hombre, por lo menos el del sapiens que transformó el mundo y escaló hasta el peldaño más alto de la evolución terrestre.

3

La nueva política debiera desterrar el concepto de proselitismo. Esta noción moderna, inexistente entre los griegos, resulta un acto contrario al ideal democrático puro en tanto afirma y postula el eje en determinadas ideas o candidatos por medio de “campañas”, en lugar de volcar toda su fuerza en sostener acciones y resoluciones.

El proselitismo es una agresión encubierta, una suerte de negación o rechazo de una voluntad común, que auspicia la facción sectorial por encima de las soluciones individuales y de conjunto.

La búsqueda compulsiva de la conversión en las ideologías ajenas implica una violencia encubierta y una búsqueda de condicionamiento contrario al sentido democrático puro. La verdadera política antes que generar “campañas”, induce a la reflexión y genera el juicio crítico individual. “Adhiere” antes de buscar adhesiones.

El proselitismo sectorial logra apoyos fugaces, mientras que los postulados y las convocatorias con sustento suman voluntades efectivas y permanentes.

4

¿Qué nos hace pensar que la democracia es el mejor sistema de gobierno? Sin duda la ausencia de otro sistema que lo supere. Pero así como las empresas transformaron por completo el modelo de sus organizaciones, las sociedades deben moldear una nueva estructura que incorpore las profundas transformaciones operadas merced a la revolución tecnológica. La economía y la riqueza han variado en su valoración y generación en forma dramática, y sin embargo los estados pretenden seguir regulando al mercado con pautas de la época de Adam Smith. Sólo a partir de la incongruencia e improvisación incomprensible que implica esta actitud, es posible entender la desigualdad, marginalidad, pobreza e indigencia incipiente cuando existe la tecnología suficiente para ofrecer a toda la humanidad niveles de vida dignos.

La incapacidad y la pasividad de una política vetusta cómplice han garantizado el saqueo de las naciones y el afianzamiento del régimen global concentrador.

5

Habituados a las simplificaciones, nos han convencido de que las posibilidades en la concepción de sistemas de gobierno se limitan a la democracia representativa o al autoritarismo fascista o comunista.

En la primera noción prevalece el sistema de partidos, y en la segunda visión el partido único. Una sociedad conpartidos es, implícitamente, una sociedad partida. Una sociedad con partido único resulta una hegemonía artificial que siembra la comunidad de fuerzas reactivas. El concepto de “partido único” es un contrasentido, pues un partido único no es precisamente un partido; en todo caso es una totalidad.

Los partidos de la totalidad de los regímenes de partido único no reconocen el valor supremo de la diferencia que es, desde una perspectiva profunda, la “columna” de la fuerza. La diversidad es una fuerza en tanto incorpora valoraciones o visiones encontradas que enriquecen la acción y el proceso de generación. La fuerza de la diversidad se torna en voluntad de acción y transformación.

Los partidos que auspician las sociedades partidas generan facciones contrapuestas que buscan perpetuarse desde la inmovilidad de trasuntar la acción en dogma, anteponiendo sus objetivos de facción por sobre los intereses individuales y colectivos.

El partido único plantea la necesidad de unidad, pero la construye artificialmente a través de una hegemonizacióncompulsiva y abrupta que suele aplastar al individuo y condicionar sus libertades.

Cualquier ensayo superador de estas visiones contrapuestas debiera plantear la unidad en la diversidad, una causa única que contenga todas las voluntades y aspiraciones, revindicando al individuo y a todas sus libertades.

Desde esa perspectiva, se deberá concebir al estado como una empresa colectiva en la que la nueva política sea una docencia, y los dirigentes se conviertan en “docentes” capaces de estimular y fortalecer en los individuos el juicio crítico y la voluntad de acción.

Todo individuo debiera ser accionista privilegiado de esa empresa social y cultural que ha de ser el nuevo estado creador inclusivo. Esta perspectiva revolucionaria plantea un puesto de vanguardia para todo ciudadano, sitio al que no arriba por las necesidades básicas no satisfechas y la exclusión.

Los regímenes tiránicos tanto en lo político como en lo económico, se basan en la incapacidad de autodeterminación de los individuos a causa de su imposibilidad de actuar más allá de su mera supervivencia (pobreza, indigencia, ignorancia) o paliando necesidades ficticias (sociedad de consumo). La pobreza, la desinformación y la indiferencia son el negocio del privilegio.


NUEVAS FRONTERAS DE LA POLÍTICA EN EL SIGLO 21

Ensayo crítico sobre la democracia como sistema de gobierno

LEONARDO BUGLIANI

Idioma: Español

Paginas: 200

Formato: Rústica
Tamaño:
14 x 21
I.S.B.N.:
987-20768-0-4

Precio: $ 19,50


lunes, 2 de noviembre de 2009

AXIOMAS...del 6 al 24.

2do ENCUENTRO sin tiempo: EL PODER, LO SOCIAL, Y LAS FORMAS DE GOBIERNO Miércoles 4 de Noviembre 21:00 hs. Sala China Zorrilla – Espacio Cultural SABATO – Uriburu 763 - Subsuelo

NUEVAS FRONTERAS DE LA POLÍTICA EN EL SIGLO 21

Ensayo crítico sobre la democracia como sistema de gobierno

Leonardo Bugliani

Algunos de los 50 Axiomas que se detallan en el libro:


6

No es insistir demasiado ni redundante remarcar la importancia en la comprensión de hasta qué punto la sociedad de partidos genera sociedades partidas. Y esto hace referencia necesariamente a la noción de “oposición”. La oposición política no controla ni ayuda al oficialismo como supusieron ingenuamente los constituyentes de las distintas democracias representativas inspirados en la ilustración idealizadora. Al contrario, toda oposición es una fuerza reactiva de quien es marginado de su capacidad de acción; como si el “control” formal pudiera reemplazar esa propensión desbordante que implica el protagonismo de la generación activa. En realidad, cualquier oposición resulta ser una suerte de contrafuerza que, inhibida de su capacidad de acción, genera una resistencia formidable contra la voluntad de acción del oficialismo de turno. La posibilidad latente de volver al poder convierte a toda oposición en un conspirador latente a la espera del desplome de la fuerza conductora.

Ese anhelo de volver al poder, concentra toda la energía de la oposición en las “acciones” de la politiquería habitual, en vez de generar propuestas superadoras que amplíen las fronteras de la acción de gobierno.

Si pudiera establecerse una medida aproximada de la nocividad que tal criterio de oposición genera, comprenderíamos hasta qué punto la democracia representativa es una campo minado que devasta la auténtica soberanía del pueblo.

7

La división de poderes fue concebida por Montesquiau como un instrumento para “contener” al poder y limitarlo. Sin embargo, haber revestido a uno de ellos (el ejecutivo) de un único representante, mientras que a los otros (legislativo, judicial) con gran cantidad de miembros, inclinó la balanza hacia el primero desde el principio. Incluso se podría describir con numerosos ejemplos cómo cada uno de estos poderes independientes buscó la preeminencia sobre los otros a partir de los subterfugios más creativos.

Producto de la ingenuidad de la ilustración ilusa, pareció ignorarse la naturaleza humana y su proclividad congénita hacia el poder, que a su vez y por definición se expande y concentra. La naturaleza de instituir poderes es de por sí sembrar fuerzas reactivas que se disputan el control burocrático del estado.

Hay que redefinir estos conceptos, más que nada en sus engranajes funcionales para que un nuevo sistema garantice un poder cuya finalidad no sea preservarse a sí mismo sino ser el instrumento de miles de voluntades que construyan su propia autodeterminación colectiva.

La empresa comunitaria que supone disponer de un poder de acción que convoque voluntades será la fiscalización más competente contra los abusos y toda arbitrariedad, que en la práctica se reduce en nuestra consideración al hecho de coartar o condicionar la capacidad activa de los ciudadanos en las nuevas sociedades abiertas.

Dotar a las organizaciones no gubernamentales de mayor apoyo y difusión, promulgar asociaciones civiles que acrecienten el poder ciudadano, pero sobre todo abrir canales reales y directos de participación en la gestión del estado a todo ciudadano probo y capaz, generaría el contrapeso y el control necesario para un poder que no puede estar partido ni disociado para ser en verdad efectivo.

8

El verdadero estadista es aquel que va hasta el final de lo que puede por lo que cree.

Los especuladores en connivencia, la seudodirigencia que no da un paso sin antes chequear el resultado de las encuestas, son agentes de la decadencia organizada que no pueden ser definidos como “políticos”, sino como verdaderos vedetes histriónicos que miden cada uno de sus movimientos cual trapecistas circenses. No conducen sino que “se” conducen al son de la opinión y la oportunidad, verdaderos mimos que evitan cualquier declaración, mudos e indolentes imitando humores y deseos ajenos. Se amoldan, nunca crean ni construyen.

9

Rechazar la idea de “voto calificado” es natural no porque se crea que todas las personas son “iguales” en el sentido literal del término, sino porque se estima que en cada persona moran aptitudes innatas y una conciencia que la hace potencialmente un “igual” a sus pares y le da protagonismo e importancia como individuo.

Pero la democracia calla con respecto al “voto descalificado”, que refiere a personas que por la falta de oportunidades no acceden a una educación que desarrolle un criterio individual ni a los recursos humanos y sociales que le garanticen el desarrollo de sus conciencias y criterios.

Tal voto descalificado es permeable a la prebenda y la manipulación, desvirtuando el sentido que la democracia dice tener. Cuando Sarmiento hablaba de “educar al soberano”, reconocía implícitamente que sin educación y formación individual no se podía ejercer ninguna soberanía ni actuar con protagonismo en ninguna sociedad.

10

El aspecto más nocivo de la democracia actual -más allá de sus caracteres que en muchos casos la convierten en algo formal más que real, vulnerable al influjo de los medios y el poder económico-, es el carácter de “ideal”, de “verdad revelada” que guarda frente a la consideración general.

Habiendo “competido” con la monarquía, el feudalismo y las más variadas concepciones autocráticas, la democracia parece un oasis, verdadero Edén al que debemos aspirar sin vacilaciones porque pese a todos sus defectos es por lejos el “mejor sistema”.

Su condición de gobierno “ideal”, su carácter “religioso”, ha conspirado contra la posibilidad de comprender la urgencia en crear un sistema mejor, promoviendo una transformación o evolución del propio concepto de democracia.

11

Los políticos son pragmáticos, es decir todo lo opuesto a lo que los pensadores de la ilustración imaginaron a la hora de crear nuestras formas de gobierno. Esa “idealización” de la política es lo que más la vulnera.

El idealismo, que resulta ser un verdadero “voluntarismo” antes que una voluntad y una acción, desconoce en muchos aspectos el alma humana. Toda la ingeniería institucional existente carece en su concepción básica de los elementos propios de la conducta humana, haciendo que su conducción pueda ser solamente ejercida por héroes, próceres, seres desprovistos de vanidad, egolatría e incluso de las megalomanías frecuentes, lo que coloca al sistema en una situación más que vulnerable.

Esa “especie” de hombre de estado que se adecua a la idealización de nuestras instituciones y democracias, no abunda, más bien resulta una especie en franca extinción. El sistema político debe ser desde sus estructuras realista, pragmático, entendiendo por pragmático la incorporación de las posibilidades y la dimensión real del alma humana en el engranaje y los anticuerpos que una ingeniería institucional efectiva debe contener.

Sólo una estructura institucional que contemple lo más oscuro del ser humano será capaz de ser efectiva a la hora de generar una nueva política de integridad y fuerza.

12

El aspecto más frecuente por el cual se defiende a la democracia representativa, a ese gobierno en donde el pueblo no delibera ni gobierna, es la imposibilidad de dar participación a millones de ciudadanos en forma directa, pues ¿cómo sería posible un debate o confrontación de ideas en un ágora imaginaria de millones de personas?

Esta premisa responde a la utilización de los mecanismos habituales de los parlamentos, en donde se debaten proyectos, se buscan consensos, eventualmente se realizan ciertas modificaciones a las posturas iniciales y finalmente se sanciona dichas iniciativas. Observando el marasmo congresista, potenciar semejante impostura por millones de personas hacen inviable e imposible la democracia directa. ¿La democracia directa o la mismísima democracia? Porque, después de todo, ¿qué es democracia? Gobierno del pueblo... pero el pueblo no delibera ni gobierna...

El debate no era una premisa de la democracia ateniense. Existía la exposición de los oradores, unos tras otro, incluso repitiendo el uso de la palabra; pero en todas estas declaraciones raramente se hacía alusión a las posturas de otro -en todo caso se denunciaba a un enemigo exterior, como hizo Demóstenes en sus “filípicas” contra Filipo II, Rey de Macedonia-, y toda la elocuencia era reservada para poner énfasis en lo que se quería proponer y hacer.

La noción de debate es más propio del senado romano, cuya institución poco tenía que ver con la noción griega de democracia. La mezcla de ambas formas en la degenerada democracia representativa es un invento de la “modernidad”.

En la actualidad, el debate parlamentario está por completo subestimado, no modifica nada y su consecución es producto de un orden meramente formal. Esto resulta evidente en la actual estructura de facciones de los partidos políticos cuya “lealtad partidaria” (que muchas veces es una deslealtad al ciudadano) decide la votación final por intereses muy opuestos al tan mentado “bien común”.

Los debates parlamentarios no aportan ni modifican nada, pues las resoluciones de las sectores partidarios son pretéritas e inmodificables en la mayoría de los casos. A ninguna persona le interesaría integrar una lista de oradores en el parlamento imaginario de todos los ciudadanos, sobre todo conociendo no sólo la demora en su exposición –que nos retrotraería a la situación de los reyes y los dictámenes para sus colonias que dio origen a los virreyes-, sino porque con los mecanismos actuales los legisladores simplemente las ignorarían.

Se trata de lograr que los ciudadanos tengan un espacio para la acción y puedan ejercitar su voluntad a partir de un férreo compromiso. Canalizar inquietudes y proyectos por medio de organismos civiles, asociaciones y entidades del tercer sector que se auto-constituyan como referentes sociales que ningún poder establecido pueda ignorar, sino que por el contrario sea fuente permanente de consulta y acción. Esas soberanías paralelas, esas voluntades firmemente establecidas, deben ser alentadas por disposiciones legales para tener injerencia efectiva en las resoluciones finales gubernamentales.

Redefinir los tres poderes, en especial el ejecutivo que amedrenta a los otros con regularidad o modificar las instituciones propias del estado para que sus funciones se transfieran gradualmente a estas iniciativas ciudadanas, creará las condiciones necesarias para la nueva política, donde la visión cualitativa reemplazará a la cuantificación indiscriminada y desvalorizada de la participación democrática por el mero acto del voto.

13

En cualquier esquema de cambio, el tema de la financiación de la política resulta un aspecto central. Y esto es algo que excede el debate de la importancia o sustento en la preservación de los partidos políticos.

Que en determinadas democracias no esté regulado el aporte a los partidos políticos es escandaloso. Cualquiera sabe la desigualdad que la difusión y las campañas políticas genera en los candidatos. Este es un aspecto más, y no precisamente el menor, que nos diferencia del origen de la democracia pura. En Atenas, cualquier postulante podía aspirar a un cargo simplemente presentándose en público para competir en igualdad de condiciones con sus adversarios circunstanciales. En las democracias modernas, cubrir las importantes geografías de un país o estado (provincia) para aspirar a un cargo electivo obliga a todo candidato a ser rico o bien contar con los aparatos partidarios y los aportes privados que, demás está decir, condicionarán su actuación posterior.

En muchos países existen regulaciones serias para establecer una duración en las campañas así como también los montos y las normativas para conseguir esos aportes. Pero nada es por completo efectivo cuando a través de la “prensa libre” se pueden realizar operaciones mediáticas en uno y otro sentido, incluso echando lodo sobre alguno de los contrincantes. Este solo argumento invalida la legitimidad –en una consideración profunda-de cualquier “elección” en las democracias representativas. Caricaturiza el sentido más elemental de lo que consideramos “democrático”. Tal vez las elecciones convencionales, el acto electoral mismo, sean la fachada más siniestra del sistema en el que el pueblo no delibera ni gobierna.

Renovar los mecanismos electivos y estructurar con un sentido integrador a las nuevas instituciones de la renovada política ha de ser un aspecto central en la ingeniería creativa que modifique el sesgo restrictivo de los procesos electorales actuales. Y en este punto se juega mucho la esencia y la naturaleza de la concepción que se adopte.

14

Uno de las cuestiones que más se destaca como imprescindible para el funcionamiento democrático es la búsqueda de consensos. El consenso sería la base misma del espíritu democrático y el instrumento más efectivo para garantizarla y potenciarla. La dinámica política tiene por finalidad excluyente obtener consensos.

Pero el consenso, desde una perspectiva más profunda, es una degeneración de las voluntades. Es desvirtuar ideas-fuerza en pos de emparentarlas con algo distinto o parecido en función de su aprobación, creando una armonía ficticia. Esta “conciliación”, por lo general, no satisface ni al promotor ni a quien lo adopta. Las modificaciones a los proyectos primigenios que genera el proceso de consenso degeneran las ideas originales para que tengan puntos en común con los autores y detractores, lo que suele dar como resultado un pastiche irreconocible, despreciado tanto por los impulsores como por aquéllos que lo cuestionaban.

Este es quizás el aspecto más claro de la influencia nefasta de las fuerzas reactivas en una voluntad de acción. El impulsor, en su anhelo de consecución del proyecto, sede a modificaciones que en realidad lo desnaturalizan, pero al menos se concreta de “alguna forma”. La fuerza reactiva opuesta (opositora), visualiza como una amenaza cualquier actividad de una voluntad ajena y necesita “invadir” (consensuando), participar de alguna forma en todo proceso de acción porque ésa es una necesidad inquebrantable de toda voluntad activa.

La idea original es forzada, “violada” en más de un aspecto, degenerando la efectividad potencial que tenía. Pero el engranaje institucional que pareciera desconocer la verdadera naturaleza humana utilizando la concepción “enciclopedista” de héroes y próceres en la gestión de gobierno, espera de los mortales actos solemnes, renunciamientos o gestos patrióticos que antepongan el “bien común”.

Toda voluntad efectiva, toda verdadera fuerza, toda sana acción debe proceder de una convicción y criterio inquebrantable que le de sustento y razón de ser. Si algo tiene una naturaleza y un objeto, no puede ser modificado, consensuado, porque perderá su efectividad y fuerza original; se desnaturalizará.

Lo que un espíritu democrático auténtico debiera facilitar desde sus instituciones es una suerte de convergencia de fuerzas similares e incluso opuestas en una voluntad de acción común que facilite e impulse acciones de diversos matices, con independencia de criterios en una suerte de ensayo y error permanente. Esto es más aplicable a proyectos de infraestructura pero también a programas de toda índole. Un estado integrador no tiene por qué mantener un exclusivo criterio o método para regular y promover acciones o afrontar sus responsabilidades en materia de salud, educación, seguridad o acción social. En cuanto a las leyes, deberán revestir la suficiente flexibilidad para contemplar criterios diversificados; pero es más que evidente que en la era digital la duración de las normativas no podrán tener la vigencia que ostentaban durante el proceso industrial. Habrá que comprender que muchas leyes tendrán una caducidad mucho más cercana en el tiempo. En el siglo diecinueve, determinadas leyes o códigos pudieron tener vigencia durante décadas, incluso un siglo. Está claro que eso será muy poco probable en el siglo veintiuno, en donde las transformaciones permanentes de las sociedades tecnológicas harán obsoletas normas concebidas cinco, tres y hasta un año antes, por hacer alguna consideración temporal.

El consenso es distorsión, desnaturalización del impulso original. Una sociedad dinámica, antes que regirse por consensos, deberá impulsar acciones divergentes y hasta opuestas en una misma área. Porque la flexibilidad que requiere el nuevo modelo de las organizaciones tecnológicas les impone una dinámica nunca antes vista en la que un criterio unificado puede atrasar o condicionar el objetivo. Esto es más que claro en el campo de la ciencia, que adquirirá un protagonismo excluyente. La idea de “monopolio” en cualquiera de sus formas es antagónica y arcaica por naturaleza.

Una sociedad dinámica sólo es factible por medio de la confluencia pero también la confrontación de voluntades, en donde el consenso degenerante no tendrá cabida. Las nuevas sociedades podrán observar un carácter plural tan sofisticado, que los diversos perfiles ciudadanos, sus aspiraciones y motivaciones -por disímiles que aparezcan-, tendrán espacio de expresión y concreción efectiva, en una suerte de contrapunto social.

15

La “política” actual -tal como es conocida-, impotente frente a los cambios, incapaz de inspirar el mínimo respeto o generar alguna convocatoria, sólo puede subsistir por sus beneficiarios directos: los grupos concentradores económicos transnacionales. Estos proveen un sofisticado “respirador artificial” de índole mediática a la decadente subclase política, intentando descubrir e implementar alguna alquimia institucional que resucite el espíritu que alguna vez revistió la política. Hoy un político, para ser tal, para sobrevivir en la mafia institucional imperante, debe ser un cínico, un inescrupuloso, un actorzuelo de ribetes histriónicos propenso a la mentira descarada, provisto de la “habilidad” necesaria para construir los sofismas más complejos y manipular a la opinión pública a través de sus temores e inseguridades.

Sólo la patología habilita a un candidato a ser parte del elenco estable que rige la política tradicional. Tal convulsión, esquizofrenia, neurastenia compulsiva, reviste a cualquier persona de la condición necesaria para vivir en la irrealidad –que es la mejor forma de convertirse en verdugo- en el microclima de deliberación banal con pares igualmente afectados.

Toda la energía del político tradicional jamás se concentra en la creación, en la acción o la transformación. Todas sus fuerzas están dedicadas al contubernio cotidiano de “contactos”, reuniones que tienen como único resultado establecer nuevas reuniones; y la infaltable sobredosis de telefonía celular para obtener los inevitables consensos que se quebrarán tal vez en horas: agrupándose con los detractados de ayer, enemigos del pasado con quienes enfrentará a los amigos o aliados de mañana, logrando así la ocupación de importantes espacios virtuales para la obtención de la representatividad imaginaria que garantice el “control” dentro del profundo descontrol que son las saqueadas sociedades modernas.

El político tradicional siempre es candidato, mucho más cuando gana una elección, porque trabaja desde el primer segundo para la eterna reelección. Todo su tiempo estará dedicado en el siguiente cargo o en la continuidad del que tiene, por lo que hipoteca todo su tiempo en la negociación permanente.

No subestimemos la dedicación y el esmero de estos concomitantes concienzudos, el denuedo con el que desechan toda vida personal, toda privacidad, todo elemento humano en sus vidas, en pos de la carrera del poder.

Ellos saben cobrarse muy bien sus servicios; y en la irracionalidad de sus trenes de vida debemos encontrar las causas de la podredumbre cada día más manifiesta: esa ponzoña que sólo puede surgir del tránsito innatural por esta tierra. ¿Adivinarán que todos sus empeños y “sacrificios” son en realidad ofrendas al dios mercado por el ominoso puesto de capataces?

16

Las ideologías, antes que todo lo que imaginamos o nos contaron de ellas, han sido elementos de “justificación” por excelencia. Es tan vergonzante el papel asumido por la política de medios más que de fines, que resultó necesario redactar preámbulos, morales, plataformas e ideales que inspiraran alguna creencia en donde imperaba el pragmatismo más doliente y descomedido.

Durante décadas se entretuvo a la población con “izquierdas” y “derechas”, y aún lo siguen haciendo: como si la experiencia de la Asamblea Nacional durante la Revolución Francesa pudiera explicar la impostura del nuevo régimen concentrador. Al parecer, todo lo que cuestiona la dictadura global es una reminiscencia de las viejas ideas del Este previas al derrumbamiento del muro de Berlín. Evitemos caer en esa clase de trampa ideológica, pues ya no tiene ninguna importancia si algunos se asumen como girondinos o jacobinos. La libertad, la igualdad y la fraternidad se ven amenazadas por la tiranía más dramática y peligrosa de la historia humana, aquella que hace creer que impera la democracia y los derechos individuales, cuando todos estamos amenazados y condicionados por el régimen concentrador excluyente en mayor o menor medida.

No es malo que las ideologías lleguen a su fin, pese a lo que opine el seudo progresismo que hace proselitismo (ideologismo) con los títulos de libros de los que desconoce su contenido. No habría que lamentar el fin de las ideologías que proclama precisamente la ideología del pensamiento único. Sobre todo si su única función fue la de confundir las conciencias y buscar diferencias en donde los intereses y aspiraciones corrían en igual sentido. La delirante experiencia de la izquierda es reveladora en este sentido.

El escenario actual carece de marco ideológico y se limita a la guerra no declarada de aquellos que usurparon los beneficios de la tecnología -capaz de garantizar niveles básicos de equidad como nunca antes en la historia humana-, para favorecer un régimen de mercado, una verdadera dictadura económica encubierta que somete a millones de seres humanos a la esclavitud mental y física más siniestra, en donde sus aspiraciones terminan limitándose a la mera supervivencia.

La única ideología valedera será aquella que denuncie este genocidio global, que ponga en descubierto el mecanismo perverso por el cual se le ha robado a la humanidad la posibilidad de alcanzar la utopía mayor de todos los tiempos, aquella que refiere al fin del trabajo como concepto: eslabón que debió sumarse a la extinción total del hambre y la posibilidad cierta y concreta de otorgar a todo ser humano -por el solo hecho de nacer- los requerimientos básicos para su supervivencia y desarrollo individual. Esto es posible, la tecnología moderna está en condiciones de garantizarlo; pero no será factible mientras nos hagan creer en enemigos escondidos en catacumbas o auto-terrorismos, mientras bombardeen desiertos o repitan guerras de ficción que tienen por único objetivo justificar los enormes recursos despilfarrados, gastos militares encargados y usufructuados por los complejos económicos relacionados directamente con la dictadura global.

17

Algunos lamentan que la política se haya tornado “profesional”, porque habría perdido su supuesta esencia, los ideales y utopías que la sustentaban. Atribuyen a esta profesionalización todos los males de nuestras instituciones. Pero en realidad, la política es lo menos profesional que existe, pues nunca cumple las tareas básicas inherentes a su oficio. La política, si fuera considerada una profesión, encabezaría cualquier listado de mala praxis, pues resulta una improvisación permanente.

Al punto al que han llegado las cosas, ¡ojalá la política fuera en verdad profesional! Sin duda mucho de lo que vemos a diario no ocurriría para alivio de la ciudadanía.

18

Ars democratis: si uno no conociera el origen de la democracia, su significado, creería que se trata de un dogma, algo cercano a lo religioso. El concepto “democracia” no es una expresión clara o concreta. Si bien no es lícito desmerecer a la democracia ateniense -algo habitual en las consideraciones históricas por la minoría cuantitativa que la formaba-, es innegable que fue un sistema atípico, que apenas surcó con éxito poco más de cincuenta años en la vasta historia griega. Cabe recordar, además, que la democracia ateniense promovió la guerra más absurda y ruinosa de toda la historia helénica: me refiero a la Guerra del Peloponeso que la enfrentó a Esparta.

La democracia parece más la expresión de un ideal que la ingeniería sofisticada de una forma de gobierno. Y tal idealismo voluntarista hace creer que la sola declamación de los derechos humanos los impone: como si un decreto garantizara la libertad e igualdad de los hombres sin tener en cuenta sus circunstancias, vivencias, oportunidades y medios disponibles.

A su vez, la democracia monopoliza los altos conceptos de libertad individual, de expresión, como único garante del “estado de derecho” que cobija y protege a los ciudadanos. Sin embargo, los totalitarismos más genocidas (léase partido nazi), fueron convalidados en sus inicios por la maquinaria electoral de la democracia representativa. Cuando Adolf Hitler fue nombrado canciller, a la sazón führer alemán, el partido nazi había obtenido más del cuarenta por ciento de los votos, constituyéndose en la primera minoría. La democracia americana ha aportado lo suyo en la guerra fría, avalando las dictaduras más genocidas.

Gobiernos democráticos del mundo han estado involucrados por acción u omisión en crímenes horrendos, institucionalizando por impericia o mera indolencia las desigualdades más intolerables.

La democracia tal como la conocemos sólo funcionaría en forma plena bajo la conducción de prohombres íntegros, solidarios, guiados por el desinterés y la entrega.

Nuestra fe en la democracia nos ata a ella y nos impide movilizar nuestro intelecto creativo para generar un sistema de gobierno mejor: eficaz, concreto, capaz de asumir los desafíos impuestos por la amenaza de la concentración económica y los cambios revolucionarios de la tecnología.

La democracia es, parafraseando a Nietzsche, “la Circe de los hombres libres”.

19

El fraude esencial del sistema capitalista es no reconocer la diferencia sustancial que existe entre “valor” y “precio”. Mientras el valor lo define la esencia y sentido del objeto, el precio es producto de la manipulación de necesidades que trastocan la conciencia o percepción del objeto.

El mercado, siempre condicionado y preestablecido, de libre sólo tiene el nombre: es la construcción ficticia de esa valoración adulterada por una demanda que se define más por la necesidad (muchas veces ficticias o incentivadas) que por la libre elección.

Todo lo que se define como privado (privativo), genera codicia y termina anteponiéndose al bien inapreciable de la condición humana. Además, la palabra privado surge del concepto privar; y resulta algo cuando menos extraño la defensa a ultranza de la privación. Las leyes y nuestras concepciones sociales, antes que defender a la persona, al valor de lo humano, nos incitan a convertirnos en propietarios (apropiadores).

Las sociedades han sido concebidas como verdaderos conglomerados de apropiadores que asumen la propiedad de determinados bienes para su exclusivo usufructo.

Ese orden social que estimula el culto de la propiedad está fundado en la esquizofrenia de proclamar el bien común mientras promueve la acumulación y las apropiaciones individuales.

Todo quiebre de la ley nace de su espíritu coercitivo. Las cosas nos generan interés en tanto otros le den algún valor; por lo que el precio es el concepto más irracional y maleable que existe.

La defensa de la apropiación individual (propiedad privada) es la apología del conflicto social. ¿Se debe revindicar el comunismo? ¿Para qué hablar de lo que se ha derrumbado? Como dice el filósofo, yo sólo ataco cosas que triunfan. Hay que crear una nueva sociedad que fagocite el instinto apropiador, codicioso y acumulativo, por el cultivo de una fuerza vital que valore los instintos y aprecie sólo lo que es inherente al ser humano. El valor que no puede tener precio debe ser el eje mismo de las cosas por encima de las seguridades y los bienes materiales, transitando el ser y su devenir, en las profundidades de lo intangible, en el reino de la mente que todo lo abarca y todo lo puede.

La promoción de una transformación de valores, de una nueva forma de valorización por completo distinta a lo conocido, nos sumergirá en un nuevo horizonte humano, una nueva frontera de múltiples posibilidades.

20

Siempre he creído que la crítica, incluso la más feroz y radical, tiene un nivel de condescendencia con lo criticado.

El verdadero quiebre con cualquier orden es la creación de nuevos valores, de estructuras y modelos que reemplacen a los vigentes.

La crítica tiene mucho de impotencia, y más aún de afinidad con lo criticado.

¿No resulta ser este un planteo posdemocrático?

21

La fuerza del neoliberalismo o la nueva teogonía globalizada radica en la verdad contrastable de muchos de sus postulados. En principio, el Estado, su víctima predilecta, ¿no es un mendaz represor que regula y controla subrepticiamente a los individuos? ¿No es una arquitectura demoníaca que censura los instintos, desconfía de las libertades y el pensamiento individual? Todo estado es manipulador, masifica y somete en nombre de la paz social. Así justifica el uso indiscriminado de la fuerza, que aplica con discrecionalidad y sin ningún criterio componedor. Todo estado subsiste a través de la fuerza y la violencia. Todo estado es potencialmente genocida.

En realidad, la desregulación, la individuación de los bienes públicos y la pauperización de ese estado nacido del orden totalitario, son criterios y concepciones que sintonizan a la perfección con las aspiraciones ciudadanas y el nuevo marco tecnológico. Esa adaptación y familiaridad de la tecnología y las finanzas, su intangibilidad, el carácter virtual que ostentan en muchas de sus manifestaciones, se oponen eficazmente al orden paquidérmico de ese gigante Pater Familias próximo a la jubilación, monstruoso y rudimentario, opresivo hasta el hartazgo; aquél que transforma a los ciudadanos en engranajes y los obliga a ser miembros de la secta estatal.

El Estado ha muerto. Su funeral debía ser una fiesta al estilo budista, pero se transformó en un Apocalipsis cristiano. Y ello se debe a la conspiración implícita operada por el nuevo orden económico mundial, que se ha apoderado de los beneficios de la tecnología, articulándola no en pos de una transformación ecuánime y humana de la sociedad, un nuevo esquema que contemple la socialización de la información y la oportunidad general de los ciudadanos de crear riqueza merced al carácter cada vez más intangible que sustenta, sino en consolidar un contrasistema que garantiza la acumulación irracional y la concentración desmedida que degenera el concepto mismo de economía.

La era digital, en la que el conocimiento es la mayor fuente de riqueza, ofrecía la posibilidad única de crear un marco de “igualdad de oportunidades” a niveles nunca antes experimentados para la profusión de un desarrollo social y bienestar individual inédito y fecundo.

La dictadura globalizada se ha apropiado, con la complicidad de los políticos, de las fuentes primarias de la tecnología, creando una teología que tergiversa la idea de cambio y justifica la exclusión, y la promueve.

El neoliberalismo ha conseguido asociarse -luego de una profusa autocampaña-, a los beneficios y cambios propios de la tecnología y la ciencia. Ha creado un marketing imponente que lo asocia al futuro, a lo nuevo y moderno, en detrimento de toda consideración social emparentada a lo estatal, caduco y pasado.

Pudo generar una creencia, y en eso radica su poder.

22

Aunque parezca paradójico, los principales “aliados” del monopólico pensamiento único son los que cuestionan la evidente realidad de la transformación irreversible que revisten las nuevas sociedades digitales. Estos defensores del estado parasitario propio de la era industrial plantean análisis e ideas vetustas, oscuras, “gastadas”, que parecen un verdadero estercolero frente al brillo y la fuerza novedosa impregnada por los sofismas neoliberales.

Cuando la ciudadanía observa el corporativismo sindical, esa liturgia muerta de los partidos testimoniales que defienden un orden que ya no existe, no pueden más que optar por lo único que aparece veraz, tonificado: el canto omnímodo y seductor de las sirenas del mercado.

23

Aquellos que se ufanan del triunfo del capitalismo y lo revindican como el único sistema económico posible, no son capaces de visualizar que el capitalismo fue una concepción económica ideada para la dinámica de la revolución industrial hoy caduca. El capitalismo se sustenta en la acumulación de capital que resulta ineficaz en una civilización basada en una nueva fuente de generación de riqueza: los bienes intangibles como el conocimiento, la información y los recursos humanos.

Ya se habla de poscapitalismo, como antaño se denominaba “segunda revolución industrial” al influjo de la revolución tecnológica cuyas profundas transformaciones eran difíciles de analizar y comprender.

24

Ya se ha hecho mención al carácter antidemocrático del proselitismo. Todo propaganda es en el fondo un atentado contra la libertad individual. La publicidad es engañosa, es un fraude institucionalizado porque trabaja sobre el inconsciente, sobre aquellas aspiraciones y deseos inalcanzables que la perversa maquinaria publicitaria asociará a los productos más infames e inocuos. Toda la represión sexual es el caldo de cultivo para este instrumento poderosísimo de la economía de mercado.

Pero nada resulta más desfachatado que la propaganda política, más específicamente, la propaganda institucional o de gobierno. ¡Hasta qué punto se subestima y afrenta a la gente! Se inaugura un hospital, cualquier obra, y estos politicuajos colocan sus carteles a semejanza de las tarjetas personales en los regalos de cumpleaños. Aun si esos “gobernantes” pagaran de su propio bolsillo las obras que difunden, sería una impostura ese sello personal. ¡Pero no! ¡Se trata del erario público, del dinero de los ciudadanos!

Los romanos eran más dúctiles. Siendo funcionarios, pagaban los juegos y las festividades de su propio peculio incluso antes de llegar a cualquier cargo. De hecho, la conocida proliferación de luchas entre gladiadores fue quizás el arma política más efectiva, la medida más popular concebida por Cayo Julio César.

Desde luego, en la mayoría de los casos, todo dinero personal gastado era una inversión para los beneficios futuros producidos por los cargos por obtener. Se calcula que Julio César era el deudor más importante de Roma al asumir las funciones de Estado en Hispania (España), y el hombre más rico al traspasar el Rubicón luego de las conquistas de las Galias.

Octavio César (Augusto) no fue menos hábil. Cuando conquistó Egipto, luego de su guerra con Marco Antonio y la mítica Cleopatra, transformó esa riquísima nación en parte de su propio patrimonio, no en una nueva provincia del Imperio. Sólo las sumas que generaba la economía del Nilo representaban cifras astronómicas para la fortuna personal del emperador, que servían a Augusto para realizar permanentes donaciones entre los romanos pobres, o la creación o refacción de espacios públicos que consolidaban su popularidad.

Cuánto faltará para que un político, en los vahos de su omnipotencia de “poder”, proclame, al estilo de Luis XIV: las recursos del estado son míos. En efecto, el Estado son ellos, esa impotente aristocracia versaillesca entretenida en sus diversiones de “poder”, mientras el verdadero poder económico reina.