Espacio Cultural SABATO – Uriburu 763 - Subsuelo
2DO ENCUENTRO SIN TIEMPO... Miercoles 4 de Noviembre 21hs
EL PODER, LO SOCIAL Y LAS FORMAS DE GOBIERNO.
¿Y si la democracia no fuera lo que te enseñaron o creés?
“En una época de engaño universal, decir la verdad es revolucionario”
(George Orwell, 1984)
(Adelanto: 5 de los 50 axiomas presentados en el Ensayo "Nuevas Fronteras de la Política en el siglo 21")
AXIOMAS PARA LA NUEVA POLÍTICA
“El precio de la libertad es la eterna vigilancia”.
(Thomas Jefferson)
1
La democracia no es una forma de gobierno, sino un conjunto de creencias; una verdadera religión creada por el idealismo de la Ilustración. Ni siquiera en Grecia la democracia era una estructura de gobierno; de hecho, gobernó en Atenas poco más de cincuenta años. En todo caso fue un instrumento más para una concepción nueva de poder que incluía una dimensión revolucionaria del hombre. La concepción moderna de “ciudadano” se inspira en el modelo griego.
Tal vez la democracia fue un estilo de vida -como predican los textos cívicos-, si nos remontamos exclusivamente a la Acrópolis ateniense. La democracia representativa es un esperpento, un verdadero engendro mutante de la “modernidad”, que terminó por formar un cóctel explosivo entre el pensamiento griego y el modelo de estado romano, que era casi antagónico.
La democracia como concepto es tan abarcativa, amplia, casi “religiosa”, que se amoldan a ella los regímenes más contrapuestos. Dicho fenómeno es posible por su naturaleza heterodoxa; por lo que puede ser compatible tanto con una “monarquía constitucional” regida a través de un parlamento como ocurre en Inglaterra, o un modelo republicano institucional con sesgo presidencialista según la versión estadounidense y de buena parte de América, o modelos completamente parlamentaristas a la manera de Europa continental. Cualquier cosa puede llegar a ser “democrática”.
Y no resulta un dato menor el hecho repetido de las mascaradas de regímenes netamente autoritarios que intentaron generar la “apariencia democrática”. No es difícil, y en muchos casos lo han logrado en forma consistente, al menos por un tiempo.
La entronización del concepto de democracia como baluarte de la libertad individual hace que la comunión con estos caros ideales nos conviertan en demócratas, como si ambos aspectos fueran indisolubles o que uno implicara al otro. La defensa de la libertad individual, de expresión, de los derechos humanos y sociales, es en realidad independiente del concepto de democracia. El hecho de que la democracia se asocie a ellos no significa que su preservación dependa de una “forma” o concepción determinada.
Incluso la idea de ciudadano libre, la importancia de la libertad y el derecho del hombre libre en Grecia, convertía a sus máximas autoridades –incluso a sus reyes- en “primus inter pares” (primero entre iguales). Este ideal de hombre, ese modelo que revindica la individualidad, nació en Grecia mucho antes que la democracia. La democracia, a lo sumo, demostró ser más flexible o proclive a los ideales de libertad individual, pero ambos conceptos no nacieron a la vez.
Por ello, postular que la crítica de la democracia es un ataque a las libertades individuales o un ensayo autoritario, es cursilería, un chantaje de una casta dirigente indecente y cínica. Pretender que la democracia es el sostén de las libertades o su garantía, identificando ambos conceptos, nos ha hecho adoptar al régimen democrático como una auténtica “verdad revelada” sin detenernos a sopesar sus defectos, en donde el concepto de “representación” o “representatividad” resulta su aspecto más grosero.
Y en este verdadero acto de Fe en pos de nuestros ideales libertarios, hemos abrazado con fervor a la democracia como la máxima expresión de gobierno, sin entender por completo su origen o marco histórico. Asociamos la experiencia ateniense de la ciudad-estado a la incongruencia de los estados modernos. Y ese es el origen de la pesadilla institucional que se vive. No admitir que el “modelo democrático” puro sólo era practicable en el Ágora ateniense con un número muy limitado de personas (las poblaciones habituales de las polis griegas), es parte de la miopía que caracteriza a la “institucionalidad” reinante. El escenario helénico, su filosofía, visión de la existencia, la complejísima paidea, nos ubican a años luz de su experiencia, del germen de la democracia real.
Esa miopía nos hizo aceptar y defender con fervor la idea de democracia en donde el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes. Conceptos como éste, tan habituales en las constituciones “democráticas” del mundo, son la expresión más antidemocrática, verdadero contrasentido que hubiera horrorizado a Pericles o cualquier demócrata ateniense. Nuestra experiencia -si tenemos el valor suficiente para reconocerlo-, nos indica que la realidad de la democracia representativa se limita a un fragmento de esa sugestiva frase “constitucional”: el pueblo no gobierna...
2
Bien común: hay que comenzar a deshollinar conceptos, triturarlos, desterrarlos. Hay eufemismos demasiado blasfemos para digerir. Ningún bien puede ser común. Este es un presupuesto básico, algo demasiado sencillo para el intelecto medio.
Todo no puede ser para todos, porque por regla general lo que es para todos nadie lo quiere o desea. El bien, si fuera común, perdería valor, se desjerarquizaría.
Debemos confeccionar una larga lista de supuestos democráticos que son una sátira a la razón y a la inteligencia, verdaderos espejismos que no han hecho otra cosa que acentuar la sensación de estafa que embarga a los ciudadanos a la hora de considerar la política. Pues nada puede ser “sagrado” o inmodificable en el estadio actual que ha alcanzado la humanidad. La religión democrática pretendió convencernos de ideales irrealizables que fueron el cáncer de muchas utopías.
Es hora de redefinir las bases mismas del ideario democrático. Es el momento de sostener sin reparos que el sistema menos malo no puede regir el destino del hombre, por lo menos el del sapiens que transformó el mundo y escaló hasta el peldaño más alto de la evolución terrestre.
3
La nueva política debiera desterrar el concepto de proselitismo. Esta noción moderna, inexistente entre los griegos, resulta un acto contrario al ideal democrático puro en tanto afirma y postula el eje en determinadas ideas o candidatos por medio de “campañas”, en lugar de volcar toda su fuerza en sostener acciones y resoluciones.
El proselitismo es una agresión encubierta, una suerte de negación o rechazo de una voluntad común, que auspicia la facción sectorial por encima de las soluciones individuales y de conjunto.
La búsqueda compulsiva de la conversión en las ideologías ajenas implica una violencia encubierta y una búsqueda de condicionamiento contrario al sentido democrático puro. La verdadera política antes que generar “campañas”, induce a la reflexión y genera el juicio crítico individual. “Adhiere” antes de buscar adhesiones.
El proselitismo sectorial logra apoyos fugaces, mientras que los postulados y las convocatorias con sustento suman voluntades efectivas y permanentes.
4
¿Qué nos hace pensar que la democracia es el mejor sistema de gobierno? Sin duda la ausencia de otro sistema que lo supere. Pero así como las empresas transformaron por completo el modelo de sus organizaciones, las sociedades deben moldear una nueva estructura que incorpore las profundas transformaciones operadas merced a la revolución tecnológica. La economía y la riqueza han variado en su valoración y generación en forma dramática, y sin embargo los estados pretenden seguir regulando al mercado con pautas de la época de Adam Smith. Sólo a partir de la incongruencia e improvisación incomprensible que implica esta actitud, es posible entender la desigualdad, marginalidad, pobreza e indigencia incipiente cuando existe la tecnología suficiente para ofrecer a toda la humanidad niveles de vida dignos.
La incapacidad y la pasividad de una política vetusta cómplice han garantizado el saqueo de las naciones y el afianzamiento del régimen global concentrador.
5
Habituados a las simplificaciones, nos han convencido de que las posibilidades en la concepción de sistemas de gobierno se limitan a la democracia representativa o al autoritarismo fascista o comunista.
En la primera noción prevalece el sistema de partidos, y en la segunda visión el partido único. Una sociedad conpartidos es, implícitamente, una sociedad partida. Una sociedad con partido único resulta una hegemonía artificial que siembra la comunidad de fuerzas reactivas. El concepto de “partido único” es un contrasentido, pues un partido único no es precisamente un partido; en todo caso es una totalidad.
Los partidos de la totalidad de los regímenes de partido único no reconocen el valor supremo de la diferencia que es, desde una perspectiva profunda, la “columna” de la fuerza. La diversidad es una fuerza en tanto incorpora valoraciones o visiones encontradas que enriquecen la acción y el proceso de generación. La fuerza de la diversidad se torna en voluntad de acción y transformación.
Los partidos que auspician las sociedades partidas generan facciones contrapuestas que buscan perpetuarse desde la inmovilidad de trasuntar la acción en dogma, anteponiendo sus objetivos de facción por sobre los intereses individuales y colectivos.
El partido único plantea la necesidad de unidad, pero la construye artificialmente a través de una hegemonizacióncompulsiva y abrupta que suele aplastar al individuo y condicionar sus libertades.
Cualquier ensayo superador de estas visiones contrapuestas debiera plantear la unidad en la diversidad, una causa única que contenga todas las voluntades y aspiraciones, revindicando al individuo y a todas sus libertades.
Desde esa perspectiva, se deberá concebir al estado como una empresa colectiva en la que la nueva política sea una docencia, y los dirigentes se conviertan en “docentes” capaces de estimular y fortalecer en los individuos el juicio crítico y la voluntad de acción.
Todo individuo debiera ser accionista privilegiado de esa empresa social y cultural que ha de ser el nuevo estado creador inclusivo. Esta perspectiva revolucionaria plantea un puesto de vanguardia para todo ciudadano, sitio al que no arriba por las necesidades básicas no satisfechas y la exclusión.
Los regímenes tiránicos tanto en lo político como en lo económico, se basan en la incapacidad de autodeterminación de los individuos a causa de su imposibilidad de actuar más allá de su mera supervivencia (pobreza, indigencia, ignorancia) o paliando necesidades ficticias (sociedad de consumo). La pobreza, la desinformación y la indiferencia son el negocio del privilegio.
NUEVAS FRONTERAS DE LA POLÍTICA EN EL SIGLO 21
Ensayo crítico sobre la democracia como sistema de gobierno
LEONARDO BUGLIANI
Idioma: Español
Paginas: 200
Formato: Rústica
Tamaño: 14 x 21
I.S.B.N.: 987-20768-0-4
Precio: $ 19,50
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